INTRODUCCION: Lima, Julio de 1992

Los motivos que lo pueden llevar a uno a escribir un libro sobre arquitectura pueden ser múltiples: depresión, megalomanía, aburrimiento, protagonismo, algún complejo, una decepción amorosa, la imposibilidad de diseñar, etc. Felizmente, aunque admito haber pasado por casi todas estas últimas circunstancias, éste no es mi caso. No sería suficiente razón, ni valdría la pena. Creo que existe un excelente motivo y se puede resumir en una frase: la pasión por la profesión. Por lo menos yo lo siento así. Siempre he sentido la imperiosa necesidad de pensar en mi profesión, en los alcances de ésta, en la manera que ésta influye en mi sociedad, en mi manera de pensar, de habitar, de vivir. Y creo que esto no sólo me pasa a mí ya que he tenido la oportunidad de conversar con amigos que comparten esta urgencia; habiendo incluso llegado a coincidir que esto más que un, oficio es un sacerdocio; y como tal es un "todo" integral, que condiciona, que determina, que envuelve y se practica al hablar, al reflexionar, al amar, al respirar. Es decir, más que ejercerse se vive. Por lo tanto desde un inicio me pareció interesante la idea de tratar de cubrir integralmente con este libro el mayor espectro de actividades y sentimientos dentro de los que nos movilizamos, desde lo más banal hasta lo más trascendente. Combinando lo respetuoso de la profesión con lo divertido que tiene. Incluyendo tanto lo serio y cuadriculado que conlleva este ejercicio, tanto como lo desesperado, angustioso y patético que involucra ser arquitecto. Sobre todo en el Perú. Por lo tanto se me ocurrió la idea de hacer un tríptico. Un libro que fuera al mismo tiempo varios, en donde se diera la mano todo esto que he mencionado anteriormente. Un libro que pueda ser leído tanto por arquitectos como por descomprometidos en la materia que intentan entender un poco esta actividad de "aprendiz de brujo". De tal manera, como dije antes, dividí el libro en tres partes: Precisiones, Reflexiones y Ficciones. Para mí las tres variables con las que un arquitecto convive día con día. La primera parte "Precisiones: Hacia una Nueva Arquitectura Peruana" recoge ciertas certezas que desde hace varios años me he ido formando con respecto a la arquitectura peruana contemporánea. La segunda parte "Reflexiones: Cambiemos de Tema" es testimonio de una larga actividad desempeñada como crítico de Arquitectura del Diario "El Comercio" de Lima, y que me ayudó muchísimo para entender la arquitectura más inmediata, la de mi entorno, tanto como para entenderme a mí mismo. La tercera y última parte: "Ficciones: Como ser arquitecto y no morir en el intento" retoma una vieja pasión mía: la de la narrativa a través del cuento. Así de una manera divertida y lúdica -por intermedio de la anécdota- trato de explicar un poco como la vida de un arquitecto no termina cuando sale de su oficina o deja el lápiz, sino que, por el contrario, su sensibilidad se prolonga y se proyecta hacia los temas más cotidianos, como el amor, la amistad, la tristeza, la melancolía, etc. Es un modesto tributo, así mismo, a un genial y por mí muy querido fabulador peruano, como fue el Arquitecto Héctor Velarde, del cual trato de recoger su estilo fresco, bonachón y ciertamente encantador. No sé si lo habré logrado, pero ahí está hecho el intento. Finalmente, como se ve, el libro termina siendo lo que señale al principio (y así me gustaría que se viera): como un apasionamiento. Como un derroche de cariño, como un sentimiento canalizado por medio de un recurso: la literatura. Espero entonces que cualquier exceso o deficiencia sea apreciado desde esta perspectiva.
A.Q.d'A.
Lima, Julio de 1992

PRECISIONES

HACIA UNA NUEVA ARQUITECTURA PERUANA
"Nuestro consciente respeto a las generaciones que trabajaron en anteriores etapas de la historia para Iograr una expresión auténtica de sus conceptos, y nuestra afirmación concreta y categórica sobre un hombre nos lleva a la realización de un movimiento artístico y especialmente arquitectónico, que en este manifiesto hace sincera y libre expresión de sus principios."
(MANIFIESTO DE LA AGRUPACION "ESPACIO")

HACIA UNA NUEVA ARQUITECTURA PERUANA

Hablar de una nueva arquitectura peruana puede parecer pretensioso e inclusive utópico, pensando sobre todo en las diversas y diferentes coyunturas por las que el Perú ha debido atravesar, las cuales no han contribuido en lo absoluto a la producción arquitectónica. Pero ésta existe y es imposible obviarla, banalizarla o declararla en "pañales" o en vías de consolidarse. Existe por más que tratemos de incluirla o encasillarla dentro del grueso de los proyectos que andan poblando la ciudad.
La nueva arquitectura peruana existe y lo hace a pesar de la realidad, de la política gremial, de los observadores o críticos, de la economía, de la estructura académica (1) que la ha fomentado. Ha nacido de la crisis y se ha alimentado de ella arriesgándose a no trascender, arriesgándose a luchar contra los prejuicios sociales, arriesgándose a combatir sus propias limitaciones estéticas. Y si lo ha logrado ha sido básicamente gracias a los nuevos arquitectos peruanos: los jóvenes.
Jóvenes y nueva arquitectura han estado siempre ligados a través de la historia del arte y de la arquitectura. Pero en este caso particular no sólo vemos cómo el paradigma se vuelve a dar, sino cómo otra vez los esfuerzos de los jóvenes han repercutido, y repercuten, en la elaboración de nuevos parámetros.
En general, y hablando de otros rubros, el Perú ha sido y es un país básicamente de jóvenes. Su historia republicana se basa en personas jóvenes que ejerciendo cierto caudillaje supieron derrumbar los mitos que los viejos supieron prolongar hasta que la lucidez fue para ellos sólo un recuerdo.
Siempre ha sido así y sin ir muy lejos la misma instauración de la Arquitectura Moderna en el Perú fue una gesta emprendida por intelectuales, artistas y jóvenes arquitectos que cansados y disconformes con los antiguos moldes de la plástica nacional, se propusieron renovar los viejos códigos de las artes.
Este fue el caso de la agrupación ESPACIO que comandada por el arquitecto Luis Miró Quesada además de artistas como Szyszlo o Augusto Salazar Bondy y otros comprometidos propusieron el cambio estético más importante de la Historia Contemporánea del Perú.
En base a un manifiesto publicado en el Diario "El Comercio" en el año 1947 (2) dictaron los nuevos derroteros por los que, según ellos, debían movilizarse la arquitectura y el arte en nuestra sociedad. Instauraron la condición moderna y plantearon un enfrentamiento abierto entre las viejas posturas, luchando por ser reconocidos dentro de un sistema que hasta el momento había amparado la arquitectura academicista, y que así proyectaba permanecer por mucho tiempo.
De tal manera la nueva arquitectura fue proclamada como es proclamada una declaración de independencia. Se vierten en este manifiesto frases tan audaces como "El hombre es un ser de su tiempo. Nace y vive dentro de los márgenes determinados de un proceso histórico... " y continúa más adelante dejando traslucir un poco las intenciones reales del pronunciamiento
“Entre el mundo de ayer y el mundo de hoy se ha establecido el origen de la experiencia más honda de la historia; la génesis de un hombre nuevo y la elaboración de su mensaje…”
Un hombre nuevo. Es evidente, e inclusive se puede sentir, un espíritu de juventud efervescente y compenetrado con su momento histórico. Se puede apreciar claramente una voluntad de cambio que responde a una fuerza que emerge de la evaluación de la propia realidad, del espíritu del tiempo, de la carga histórica del momento.
El impulso final que la arquitectura necesitó en ese momento fue dado entonces por la energía de la juventud, que con un exceso de entusiasmo realmente inédito dentro de la historia de la plástica peruana inició la instauración de nuevas ideas, de la vanguardia. Fue de hecho el primer movimiento intelectual organizado formado básicamente por jóvenes. Fue una coyuntura muy especial, fue un momento de crisis también pero fue precisamente esta crisis la que permitió la realización de la imagen de la modernidad arquitectónica en nuestro país.
Pero nada de esto hubiera sucedido si los jóvenes, sometidos a semejantes influencias y estímulos, no hubieran compartido una voluntad, esa voluntad que emerge siempre de situaciones en las que ciertas presiones son sentidas como comunes y propias.
Del mismo modo, actualmente, la nueva generación de arquitectos, responsables de la actual y nueva arquitectura peruana han tenido que soportar ciertas circunstancias extremas que más que en otras oportunidades ha favorecido a crear un nuevo tipo de profesional el cual a su vez ha producido un especial tipo de arquitectura.
Pero para entender realmente este papel protagónico que los nuevos arquitectos han decidido adoptar habría que hacer una pequeña referencia a la evolución y al modelo de arquitecto que dentro de la etapa contemporánea tuvo el Perú.
Bastaría remontarse al quicio de la imagen moderna del arquitecto, es decir a la cuarta década del presente siglo, cuando no existía una Facultad de Arquitectura o un programa de estudios exactamente, sino que la carrera propiamente dicha era un rubro apendicular de la Escuela de Ingenieros. El tipo de educación que se impartía era eminentemente académico; entonces se decide instalar una junta de reforma que junto a una comisión de la escuela se ocuparía de dar ciertas reformas a la enseñanza de la arquitectura. Hasta ese momento la enseñanza de la arquitectura había sido totalmente elitista, ya que la mayoría de estudiantes de arquitectura provenían de familias de clase alta o media alta, en un bagaje cultural muy rico, una sensibilidad desarrollada y sobre todo, un gusto exquisito y potencialmente encausado. Pero a partir de este momento es que la Facultad de Arquitectura empieza a masificarse y la profesión de arquitecto empieza a deteriorarse y tugurizarse, entrando en un extraño proceso de mediocratización el cual luego redundaría en una pérdida de imagen pública de la profesión. Imagen que, dicho sea de paso, fue importantísima siempre para esta actividad, y fue labrada gracias al talento y a la contribución de arquitectos de la talla de Malachowski, Héctor Velarde, Emilio Hart- Terré o Enrique Seoane que con su obra y actitud se habían ganado no sólo un respeto público importante sino un reconocimiento social sólo comparado a la carrera de estadista.
El arquitecto era un artista, un intelectual, pero sobre todo un reconocido profesional partícipe de la historia y de los cambios de la sociedad. Esta imagen, como mencioné antes, se mantuvo hasta la apertura masiva de la carrera en las distintas universidades y la receptividad que ésta tuvo a favorecer el ascenso social y económico en base a su aura elitista y muchas veces snobista.
Este proceso de deterioro se acentuaría aún más con dos hechos pasivos sucedidos en la nefasta década del sesenta que repercutieron enormemente en la profesión.
En primer lugar estuvo el gobierno del Arquitecto Fernando Belaunde Terry (1963-1968), su abierta posición hacia los cánones de la arquitectura moderna, su política de construcción masiva además de la implementación del discurso social a la arquitectura, y finalmente sus grandes proyectos habitacionales. Todo lo cual le otorgó a la profesión una suerte de imagen popular que, aunque resultaba inevitable, envileció además el carácter único e irrepetible que las construcciones como objetos de arte habían tenido.
En segundo lugar estuvo la politización de la enseñanza de la arquitectura, la cual en base a ciertas ideas socialistas de la época derivó en un paranoico cuadro de negación ante la arquitectura. Se tomaron entonces posturas tan absurdas como desestimar la parte creativa los talleres de diseño dando mayor importancia a los análisis estadísticos, macro y microeconómicos, etc. Así la Universidad se convirtió entonces en un ente inoperante empecinado en discutir cualquier tópico irrelevante con tal de no producir arquitectura ni proyectos. Lo importante era reflexionar, pensar, dialogar pero por nada del mundo diseñar ya que, dentro de dicha mentalidad, era ''burgués'', frívolo y revelaba una auténtica falta de sensibilidad hacia la realidad nacional. Y lo más patético y terrible de lodo esto fue que esta generación de arquitectos, la generación del setenta, asumió la profesión con el mayor analfabetismo arquitectónico, portando una mediocridad aterradora y sin la menor preparación -salvo honrosas excepciones- para abordar, sustentar y enfrentar un problema arquitectónico. La arquitectura de esta generación es la mejor prueba de esto.
De tal manera entrando ya a la década del ochenta el discurso puramente arquitectónico -y metarquitectónico- no había evolucionado en lo más mínimo; y lo que era peor el arquitecto peruano había terminado de desacreditarse dentro de la sociedad y su imagen no pasaba de la de un burócrata con ciertos estudios técnicos y algunos conocimientos de historia del arte, si es que los tenía.
Dentro de este caldo de cultivo es que emerge una nueva generación que estudia, vive y crece en una realidad arquitectónica-profesional (the establishment) deteriorado, venido a menos, paupérrimo en imágenes, en la que arquitecto puede ser cualquiera y en la que todos se sien-ten un poco arquitectos, comenzando por los clientes. En una realidad en la que la crisis eco-nómica ha redundado en una paralización de la construcción y de la proyección. En una realidad en la que la creación arquitectónica ha sido subvaluada, menospreciada (3) ignorada y obvia da gracias a la herencia de las generaciones anteriores. En una realidad en la que la arquitectura y los arquitectos han perdido su representatividad y su protagonismo dentro de la labor de realizar y proyectar la ciudad. En una realidad, finalmente, en la que -nuevamente dentro del segundo gobierno del arquitecto Belaunde, paladín de las argollas arquitectónicas- las "generaciones más antiguas dominan el panorama de participación y usual-mente absorben la mayor parte del trabajo, relegando a los jóvenes al papel pasivo de colaboradores, domesticando sus posibles inquietudes mediante el manejo de un mercado de trabajo cada vez más escaso y restringido.
Así sólo pocos profesionales jóvenes adquieren rápidamente el poder de actuación Independiente: unos por su propio entusiasmo, 01 ros por ser hijos o parientes de alguien ya establecido que le abre el camino, otros simplemente por tener dinero ... (4) Pero, por una u otra razón, son éstos los protagonistas de la llueva generación, hijos de una crisis de múltiples valores: éticos, profesionales, económicos, morales y son ellos los que emergiendo a pesar de todas las circunstancias adversas luchan por no remitirse a la expectación pasiva de la realidad, esperando su oportunidad luego del deceso de muchos entornillados y antiguos caudillos que aún, dando manotazos de ahogado, se autonombran y creen depositarios de la verdad, de la ciudad, de los patrones de la profesión y de la arquitectura.
La nueva generación no pretende esperar que los mendrugos caigan de la mesa para besar los pies del amo y comer con autocompasión y sumisión las sobras de la gran cena. No. Se rebelan como hace cincuenta años otros jóvenes lo hicieron. Se rebelan contra los viejos códigos de comportamiento, contra los viejos moldes, contra la inercia y los inamovibles sistemas.
y es que al igual que hace cincuenta años "el asunto es nuevamente de actitud. Si algo puede distinguir la juventud de la vejez no en edad sino en términos intelectuales y emocionales, es una actitud abierta y flexible, no marcada por la defensa de condiciones y posiciones "estables". Es la capacidad de búsqueda a partir de un presente en constante elaboración. Es también ese compromiso con el mundo que durante la adolescencia hace sufrir al contemplar la injusticia y la barbarie y es el enamoramiento con la vida que hace reír al contacto con las cosas más intrascendentes. Eso obviamente está lejos de las posiciones forzadas de quienes instalados en sus egos, defienden una arquitectura implacablemente autoritaria o de los que actúan como representantes de intereses y valores siempre legítimos, siempre dañinos. El tener causas que combatir, el buscar motivos para preparar algo válido sin temor al error, el tener entusiasmo por lo inexplorado hace que haya arquitectura joven". (4) y en el Perú se están dando todas estas características nuevamente. Existe y se está dando "esa" nueva arquitectura peruana que trata de sacudirse de viejos conceptos, trata de devolverle al arquitecto esa cualidad, ese elitismo, esa aura, esa mitificación que siempre tuvo. Existen jóvenes efectivamente entercados en ofrecer su mejor esfuerzo, su pasión, sus energías, su talento, su intelectualidad y sus mejores energías a esta causa. Todo esto podría resumirse perfectamente en la actitud abierta que antes mencionaba, en una actitud revisionista, crítica, profesional y ética sin por esto ser sumisa o reverente. En lo referente a la arquitectura, a su definición, a su materialización, muchas de las anteriores constantes logran plasmarse también en la definición conceptual y física de la arquitectura joven. Porque ya que existe, debe tener ciertas características tanto tangibles como intangibles.
y para definir mejor esto he tratado de resumir la nueva arquitectura peruana en 5 factores que creo delimitan y pueden precisar perfectamente sus características.
INTELECTUALISTA: La nueva arquitectura peruana no es improvisada, ni empírica sino por el contrario profundamente intelectual. Encuentra un goce especial en recoger el discurso subliminal que todo tema conlleva. De tal manera los proyectos parten no de una concepción práctica, funcional o puramente estética sino que parten de premisas intelectuales, metafóricas, o de la búsqueda de relaciones ocultas entre cultura y arquitectura. Es en suma no sólo arquitectónica sino metarquitectónica por definición.
ESTETISTA: Dentro de su concepción asume un compromiso estético con la arquitectura. La llueva arquitectura peruana sostiene que la saturación de monumentos anodinos y desgraciados han traído como consecuencia el deterioro de la ciudad, de nuestras calles y de nuestra propia concepción estética de los valores arquitectónicos. De tal modo, como compromiso personal, la nueva arquitectura intenta producir objetos que encierren un gran valor plástico, sean identificables, escapen al anonimato y enriquezcan el discurso arquitectónico.
ELITISTA: La nueva arquitectura peruana se ha despercudido absolutamente de ese tufillo social que otras generaciones trataron que emanara de sus obras. Trata de solucionar los propios problemas de la arquitectura, nada más. Ha perdido, de una vez por todas, la ingenuidad de pensar en que algún problema social puede ser resuelto con la arquitectura, o que la arquitectura es frívola por el hecho de tener una excelente calidad, manufactura o riqueza.
Es elitista además porque sólo es posible ser realizada por arquitectos con talento y no por cualquiera que se autonombre arquitecto, ya que esta profesión requiere para ser ejercida cultura, capacidad y dedicación.
COMPROMETIDA CULTURALMENTE: La nueva arquitectura peruana ha adquirido un compromiso muy importante con la historia,' con su carga cultural y con su realidad geografía. Emerge de códigos propios de nuestra cultura, asumiendo las influencias foráneas, dirigiéndolas al mismo tiempo que refleja un conocimiento relevante del espíritu de lugar, de su tradición constructiva y estética, así como de su pasado mediato e inmediato.
La nueva arquitectura es plausible de ser identificada, es capaz de sublimar cualquier empirismo de oficio y es capaz de trascenderse adoptando su condición de propia.
ORIGINAL: La nueva arquitectura peruana es fresca, bella, interesante, abierta, receptiva, vanguardista (lo viejo nunca podrá ser vanguardia), innovadora, polémica, desafiante, compleja, culta, al igual que el nuevo arquitecto peruano.
Todos estos factores antes mencionados son los más característicos, pudiendo existir otros pero no serían más que factores que corroborarían mejor lo antes mencionado.
Es hora de que la nueva arquitectura y los jóvenes arquitectos peruanos asuman el papel que la historia le ha otorgado y destierren de una vez por todas los obsoletos y viejos códigos, sistemas, estructuras, vicios, políticas internas y los caudillajes que han venido destruyendo la imagen de los arquitectos y de la arquitectura.
Sólo con un esfuerzo serio y dinámico lograremos recuperar nuevamente la calidad y el reconocimiento que esta profesión tuvo en nuestro país.
Hagámoslo ya.

CITAS Y NOTAS
1) Dada la crisis económica las universidades que impartían la carrera de arquitectura han generado profesores más interesados en la magra retribución económica que en la propia formación del alumnado. Además muchos de estos profesores, anquilosándose en sus cursos, han formado camarillas imposibles de ser suplantadas o renovadas por nuevas generaciones. Lo cual a su vez ha generado un círculo vicioso en el que la formación es cada vez peor por la propia crisis y los arquitectos que salen y, por orden natural, suceden a dichos profesores son tan o más mediocres que los anteriores
2) Diario "El Comercio", 15 de mayo de 1947.
3) Para dar sólo un ejemplo. Los corredores de inmuebles ganan el 5 por ciento del total de la obra construida, con el presupuesto actualizado a la fecha de venta, incluyendo dentro de esta cantidad no sólo el valor de la obra sino también el porcentaje ganado por el constructor, además del costo de las diversas especialidades como arquitectura, estructuras, e instalaciones sanitarias y eléctricas.
Mientras la ganancia de los arquitectos por concepto de diseño muchas veces no superan ni el 3 por ciento del costo de obra -en el mejor de los casos- siendo este costo el estimado al momento del contrato de diseño. Creo que nadie podría comparar ambos esfuerzos, ni siquiera imaginarse algún tipo de paralelo.
4) Revista PROA: Saldarriaga, Alberto: "Joven Arquitectura Joven", Ediciones Lerner, Bogotá, Colombia, agosto 1987.

REFLEXIONES

CAMBIEMOS DE TEMA

"No creo que la crítica en el Perú deba ser de una indulgencia franciscana, porque precisamente ha sido esa postura blanda y despersonalizada la que ha consagrado a tantos falsos valores como hay entre nosotros.
Muy distinto es que el crítico se haga cargo de las dificultades y obstáculos que afronta el artista y sepa considerados previamente a la emisión de su dictamen, a que ese mismo crítico haga caso omiso de las fallas que una obra posee, las cuales se originan en la improvisación, el error o la falta de condiciones de sus autores o ejecutantes."
(SEBASTIAN SALAZAR BONDY)

DISEÑO, SER Y ARQUITECTURA
Creo que toda persona familiarizada con el diseño (sea gráfico, industrial, arquitectónico, o de modas) habrá sentido en algún momento la gran inquietud de averiguar acerca de los factores o condicionantes que le dan ese carácter tan específico con el que todas sus obras quedan siempre bañadas. Es decir que todos los diseñadores nos hemos dado siempre con la sorpresa de comprobar que existen ciertos factores comunes, variables y características particulares que como constantes aparecen siempre presentes dentro de los objetos que producimos.
Pero más que esto. Inclusive, muchas otras veces, nos hemos dado con la sorpresa, aún más grande, de comprobar que esta constante (que es más una esencia que una característica material) es compartida por otras personas dentro de nuestra misma profesión -con las cuales puede o no existir cierta semejanza- o si no, dándose el caso, esta constante puede también aparecer en las obras de personas que no comparten nuestra misma ocupación. Así puede darse cierta arquitectura que corresponda a cierta música, o cierto tipo de pintura que corresponda de alguna manera a algún tipo de literatura.
Pues bien, voy a tratar (desde un punto de vista arquitectónico) de definir cuáles son dichos factores, es decir los factores que condicionan y permiten que cualquier objeto producido por el hombre tenga tales o cuales características.
Para comenzar habría que partir de la premisa que nuestro "ser" condiciona nuestro "hacer". Es decir que hacemos lo que en esencia somos, sólo y nada más que eso. Por lo tanto nuestros productos son un fiel reflejo de lo que vivimos, experimentamos y aprendemos.
Esto como premisa de inicio, fácilmente comprobable. Por ejemplo una persona tímida producirá un objeto introspectivo o con ciertos rasgos de sublimación, en el mejor de los casos. De cualquier manera este objeto dirá mucho de la personalidad (taras, complejos, expectativas, etc.) de quien lo produce.
Esto como decía, como punto de partida y como fenómeno personal, individual. Si entramos al terreno colectivo (que vendría a ser el global y el que, de alguna manera, condiciona el total) podríamos mencionar como primer factor determinante el "Espíritu de la época".
Ahora bien ¿Qué es el espíritu de la época? Un primer intento de definición podría ser que es el ambiente o la atmósfera que domina una época y el cual es asimilado como propio por la generación que lo vive. Es decir que viene a ser el factor común (de expectativas, deseos, avances, descubrimientos, etc.) que se da en un determinado momento de la historia y que es compartido por diferentes sociedades o grupos. Dicho "espíritu" muchas veces -y así sucede- puede o no corresponder a la realidad cultural de una sociedad (como sucedió con el movimiento moderno en América Latina) pero como representa una "vanguardia" se convierte en un bien apetecible y utilizable como patrimonio universal. Este factor sería de alguna manera el que condiciona la morfología o la forma cómo los objetos se evalúan en su momento, o sea que tiene mucho que ver con el enfoque estético con el que se conceptualizan los objetos.
El segundo factor -y que a mi parecer es el más importante- vendría a ser el "Espíritu del lugar". Este factor es más complejo y tendré que valerme de ciertas citas para poder darle su real mesura. El espíritu del lugar podría definirse como la esencia que emana de cualquier lugar, y que condiciona el "ser". Es decir, que es el contexto físico, emotivo, sensorial, social, económico e inclusive político dentro del cual nos desenvolvemos, habitamos y participamos físicamente. Ya lo dice Goethe: "es evidente que el ojo es educado por las cosas que ve desde la niñez en adelante". O sea que nuestro experimentar cosas en un medio nos sella, nos hace parte de dicho lugar, y condiciona nuestro interior. Así lo dice también Henry Miller cuando afirma que "Nací en Nueva Inglaterra y ése es mi lugar. No puedes volverte europeo de la noche él la mañana. Tienes algo en la sangre que te hace ser diferente. Es el clima... y todo". Así es. Y ese ser diferente es lo que nos da el carácter propio o personal, lo que nos da nuestro propio valor, lo que nos diferencia o nos hace semejantes.
De todo esto se desprende que cualquier diseño nos pertenece en la medida que establecemos un equilibrio perfecto entre el espíritu del lugar y nuestra realidad histórica (es decir que el espíritu de la época puede quedar subordinado al espíritu del lugar). Lo que sí puede quedar claro es que los objetos producidos -en diferentes ramas de la cultura o el arte- pueden compartir cierta esencia, y ésta puede ser definida Y aclarada; lo que permite afirmar que sí se puede desprender el "ser" del objeto, así también se puede construir un nuevo objeto con ese mismo "ser" para de esta manera lograr cierta correspondencia dentro de cualquier sociedad.
Diario "El Comercio" Noviembre de 1989


LA ARQUITECTURA COMO FIGURA POETICA
Es un hecho indudable que, en arquitectura, las ideas y las formas van casi siempre de la mano. Las ideas involucran formas y viceversa.
A través de la historia las ideologías y los procesos de transición hacia esas ideologías han acarreado cambios en la materialización de los objetos. Y esto se debe principalmente a que la arquitectura (como respuesta física a las necesidades del hombre) es un hecho connotante y como tal evoca costumbres, mitos, idiosincrasias e inclusive, actitudes políticas.
Pero no sólo esto. La arquitectura va mucho más allá de cualquier significación parcial o radical, y se sitúa como un eminente sistema figurativo capaz de evocar, transmitir o apelar a nuestra memoria personal o colectiva.
Así como un poema es capaz de recrearnos situaciones o figuras que escapan a la misma construcción sintáctica, así también la arquitectura -por medio de sus propios recursos estructurales- es capaz de evocamos cosas que trascienden ampliamente su ser físico, propiamente dicho, y que se convierten en mensajes o señales patentes.
y esto, precisamente esto, es lo que convierte a la arquitectura en un producto artístico, ya que por medio de su presencia nos comunica una información sensible, que opera sobre nuestra memoria cultural, intelectual o, sencillamente, emotiva. Pero se manifiesta de todos modos ya que dentro de su discurso lírico nos está, de alguna manera, ofreciendo información sobre su ser, y sobre sus relaciones con el lugar y con la época en que se desenvuelve.
Así vemos cómo la arquitectura termina presentándose ante nosotros como un enorme discurso semántico por el cual sus elementos (primordialmente el ESPACIO aunque no sola-mente él) nos transmite intenciones metafóricas, como las que nos transmiten la literatura, la pintura o inclusive la música.
la arquitectura se vale entonces de la ubicación (espacio) de los objetos propios del ser arquitectónico (como son las columnas, las vigas, la luz, los planos, etc.) para relatamos (tiempo) figuras, tanto reales como irreal es.
De tal modo, por ejemplo, una habitación ancha nos puede comunicar libertad, monumentalidad o magnificencia. Un espacio oscuro nos evocará tristeza, melancolía o depresión. Un espacio parcialmente iluminado lo podríamos asociar con cierta armonía, paz o sosiego.
Pero la metáfora (o la capacidad metafísica de la arquitectura) no sólo puede darse en el todo (en un espacio, en un volumen, en una fachada, etc.) sino que también puede ejercerse según la ubicación o el sentido que las sub-entidades semiológicas desempeñan dentro de la organización del conjunto. Así vemos cómo una columna excéntrica dentro de un gran espacio nos puede indicar un hito o punto de unión; un plano curvo muy alargado podría ser la representación del infinito, o una escalera muy angosta y empinada podría relacionarse con algún sentido de penitencia.
Todo depende, como mencionamos antes, de la posición que dichos elementos tomen dentro del todo, ya que no es lo mismo –definitivamente- arriba que abajo, ni delante que detrás, así como tampoco no es lo mismo salir que entrar. Pero existe además aquí un factor que condiciona todas estas reglas de juego
(reglas físicas y poéticas al mismo tiempo) y es que están regidas por el universo cultural dentro del que son concebidas, es decir, condicionadas por los valores implícitos de la sociedad que los produce o interpreta.
Así podemos comprobar cómo no es lo mismo, por ejemplo, el sentido del culto a Dios en las iglesias católicas que en las tribus polinésicas, ya que mientras las primeras suelen rendir el culto en un gran espacio interior, las segundas lo ejecutan al aire libre. De la misma manera no es posible obrar con los mismos códigos en sociedades tan distintas como la occidental y la oriental, donde las costumbres, las tradiciones y la idiosincrasia es tan opuesta.
De lo cual podemos deducir que la poética de la arquitectura (y de cualquier manifestación artística en general) funcionará en la medida que la sociedad que la sustenta sea capaz de materializar sus ritos coherentes y responsablemente.
De cualquier modo creo que es oportuno y se va haciendo impostergable el reconocer la virtud poética, asociativa y figurativa de la arquitectura, ya que -en base a esta premisa¬ podrá reflexionarse más acerca de las virtudes que ésta debe poseer para poder convertirse en un ente capaz de comunicarnos información, sensaciones, pero sobre todo que refleje la satisfacción de nuestras expectativas poéticas.
Diario "El Comercio", Octubre de 1989


EN LA BUSQUEDA DE AMERICA
Hace tiempo ya que los críticos y arquitectos latinoamericanos andamos en la búsqueda de una América identificada consigo misma, con sus propios valores, mitos y realidades. Puede que dentro de esta búsqueda nos hayamos encontrado con sorpresas, traumas y miedos, e inclusive con viejas taras. Pero no nos ha importado, porque lo realmente valioso para nosotros ha sido buscar, no encontrar.
Lo importante ha sido cuestionarnos sin prejuicios, aceptando nuestra realidad como una suma de variables heterogéneas y disímiles, encontradas y contradictorias, pero precisamente por esto de una riqueza inexplotada.
Y dentro de este esfuerzo ha habido no sólo aportes arquitectónicos importantes y de trascendencia, sino también nuevas formas de intelectualizar y teorizar estas mismas contradicciones. Así, dentro de un todo confuso y convulsionado, lentamente hemos ido desenterrando valores propios sacándolos a la luz para construir nuevos discursos y nuevas polémicas.
Pero todo esto ha sido realizado sin la necesidad de satanizar diversas manifestaciones aparecidas a lo largo de nuestra historia como grupo heterogéneo y múltiple. Todo esto se ha fabricado dentro de una actitud serena y sosegada de asumir nuestro ser, y demostrar -tanto como demostramos- que podemos patentar una dialéctica propia que incluya cualquier tipo de producto.
Para esto hemos recorrido largo camino.
Hemos, a punta de golpe y golpe, perdido la ingenuidad de creernos provincianistas, o parte únicamente de un folclor ya en desuso. Hemos asimilado lo bueno y lo malo, y lo hemos procesado con la valentía y la convicción de que ni somos Europa, pero tampoco algún archipiélago virgen perdido en un océano sur.
y clara prueba de todo esto es el trabajo reconocido de arquitectos como Rogelio Salmona, Togo Díaz, Christian Boza, Carlos Morales, Eladio Dieste, Juvenal Baracco o Emilio Soyer. Todos arquitectos comprometidos tanto con su pasado como con el momento histórico que les ha tocado vivir.
Pero ninguno de ellos ha logrado llegar donde está por prejuicios hacia lo foráneo o hacia lo malamente venido. No. Lo han hecho Con una visión "crítica" y adulta de la arquitectura. Comprendiendo que todo es bueno en la medida que es pertinente en su concreción final.
Pertinente es una choza frente al mar, tanto como una mansión frente a Casuarinas. Pertinente es tanto la remodelación y restauración de la Iglesia de San Francisco como el Banco de Crédito de La Molina. Ambos se mueven dentro de un espectro claro: la aportación dentro de distintos temas, dentro de diferentes conceptos.
Buscar América -no encontrarla- no es más que un juego, el juego de participar, invitar a la participación y apostar a que todos lo podemos hacer bien.
Nuestro país -y en general nuestro continente- ya está harto de camarillas que definen lo que puede ser y no debe ser en base a un discurso político, social o económico.
La realidad arquitectónica nada tiene que ver con los discursos que la acompañan. La arquitectura de trascender cualquier censura es buena, bien realizada y posee realidad
Porque, si por ética fuera, Versalles no debió ser hecha cuando el pueblo francés moría de hambre en las calles. Ni tampoco la India imperialista de Lutyens, ni mucho menos otras instituciones fascistas.
Pero, ahí están, Y todo eso no les quita ni un ápice de valor a las obras.
Y es que la arquitectura merece ser despolitizada, pesprejuiciada, sin deberle cuotas de honor a nada ni a nadie. Sólo a sí misma. Así en este caso la arquitectura latinoamericana tiene una deuda consigo misma: la de serguirse enriqueciendo, aportando, evaluando lo foráneo y asimilándolo con cautela y buen humor. De esta manera aprenderemos más que censurando, más que satanizando.
De esta manera seguiremos en una buena búsqueda de nuestra América.
Diario "El Comercio", Agosto de 1991


EL CONCEPTO DE "LUGAR" DENTRO DE LA ARQUITECTURA
Vivimos el lugar, sentimos el lugar, nuestra existencia depende y se subordina a las características del lugar.
El hombre y sus costumbres no son más que la respuesta directa de su medio, a su entorno físico que le dicta normas rígidas y definidas.
Es muy diferente un territorio arbolado que un territorio llano y extenso. Los árboles cobijan, protegen, no necesito de más, sólo de una hamaca para soñar, para sentir que algo de la luz que se filtra por entre las ramas es propia.
En el desierto, por el contrario, siento la necesidad de definir "mi espacio", mi "sitio". Es por eso que clavo cuatro postes y tiendo una lona sobre ellos. Me siento bien. He creado "lugar".
Pero el lugar no es sólo sus características morfológicas.
Así frente al mar, en un acantilado, en la ribera de un río, siento la urgente necesidad de crear una atalaya, una torre para ampliar y hacer infinito mi horizonte. El infinito se con-vierte así en parte de mi territorio. Yo domino lo que veo, y lo que siento. Todo.
De igual modo el clima y sus variantes me obligan a considerar mi lugar.
En los climas templados, como en el de mi región, los espacios exteriores son vividos a plenitud, puedo vivir en mi terraza o en mi patio, que aunque no mire al exterior se apropia del cielo.
Puedo abrir, aquí en mi país, aquí en mi región, un agujero en el techo y dejar que la penumbra que es una tradición en Latinoamérica, salga siempre victoriosa ante la luz, que muchas veces no crea la atmósfera necesaria para reposar, para pensar, sino que alborota y acelera.
La luz
Eso es. La luz debe dominarse para que el "lugar" no se vea violado.
Si es una terraza que haya luz, si es un patio que haya luz. Pero si es un oratorio, un dormitorio, un estudio, no quiero más luz que la suficiente para que no tenga que acordarme de que existe.
Como la de las largas y bellas velas que alguna vez vi en esa hermosa iglesia colonial.
Como la de ese atardecer muy oscuro en la playa, y que ninguna fotografía que haya visto alguna vez es capaz de describirlo.
Como la luz que imagino emana de los ojos de Dios.
El lugar es también el olor.
El olor de ese gran árbol del parque o del jardín de la casa de mis padres.
El olor de la madera vieja y enmohecida de ese mueble.
Ese mueble.
El olor de la tierra húmeda, que es el mejor olor.
Pero el lugar, "mi" lugar, es más.
Aquí en mi patria el lugar es la síntesis de todos los lugares que hemos visitado.
Es la pobreza, sí, pero es también la belleza descubierta en la vuelta de aquella esquina in-explorada, es decir en cualquier esquina latinoamericana
Para mí, dicha belleza se descubre sólo de una manera: apropiándose de ella hasta que ésta suelte y deje emanar su espíritu. El “espíritu del lugar”. Habitar un lugar, nuestro lugar, es una manera de hacer poesía.
Diario "El Comercio", Setiembre de 1991


DECALOGO DEL ARQUITECTO LATINOAMERICANO COMPROMETIDO
En una época como la actual, en la que el discurso sobre la "identidad latinoamericana" está en boga, he aquí algunos consejos para mantenerse al día.
1 ro. Evitar ir contra la corriente, trate de unirse a la "Gran Cruzada Latinoamericana", y siéntase bien. En caso de sentirse bien no se preocupe: ya se le pasará.
2do. Demuestre ignorancia y un profundo desconocimiento de este fenómeno (lo cual no es muy difícil). Estos factores más una elocuente impotencia, sépalo bien, son características imprescindibles de nuestra condición latinoamericana.
3ro. Investigue algún tema esotérico, tales como "el plano dentro de la sensibilidad onírica del poblador marginal" o "los factores que permiten el diálogo entre el paisaje regional y la gravedad de la masa". Recuerde que mientras más usted parezca saber, más atención le prestarán. Si puede conviértalo en tesis.
4to. Demuestre un desprecio visceral y específico hacia cualquier texto frívolo o insustancial, llámese un Jancks, un Portoghesi u otros que no mencionen siquiera a algún solo país Latinoamericano.
5to. Amarás a Barragán sobre todas las cosas y a Salmona como a ti mismo.
6to. Foméntese el consumo de objetos folclóricos o de cierto humor latinoamericano (si son precolombinos mejor). Porte un buen poncho, aprenda marinera, estudie quechua, vaya a gallos y no deje de ir a alguna procesión. Recuerde que el espíritu no sólo se alimenta de ideas o factores etéreos, sino que también se nutre mediante las manifestaciones más sensibles o cotidianas (como un buen cebiche por ejemplo).
7mo. Diseñe con caña, barro, ladrillo expuesto, etc., como si no supiera hacerla de otra manera. En caso de que no pueda hacerlo -por el contratista, el cliente, su mujer u otros factores- recuerde que su prestigio está en juego.
8vo. Interésese por las reuniones o conferencias sobre arquitectura latinoamericana que puedan presentarse. Vaya. Vaya y pregunte cualquier cosa, lo importante es que lo vean, que usted parezca interesado, aunque al final usted salga tan perdido como cuando entró.
9no. Cuestione y viva cuestionándose. Indague sobre su apellido, sobre su árbol genealógico. Vea su libreta electoral -o su cartón de arquitecto- y psicoanalícese. ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué tipo de arquitectura debo hacer yo? Pero, no lo olvide: no llegue a ninguna conclusión. Lo importante es preguntarse, no responderse.
10mo. Conozca su país primero. Aprenda a descubrir tras esa esquina de su calle algo rescatable, algo hermoso y poético que lo ayude a imaginar la atmósfera que debe poblar un espacio latinoamericano. Aprenda y respire hondo. El secreto está en sentir y no tanto en decidir.
Diario "El Comercio", Agosto de 1990

SOLO UN POCO DE VENGANZA
Dentro de la posición de un crítico es muy difícil, por no decir imposible, lograr imaginarse que con una reflexión intersemanal uno pueda cambiar el mundo a su alrededor. Y sobre todo cuando se piensa, con menos soberbia, que es perfectamente imposible ya, cambiar el medio donde uno vive. Así que he decidido, a manera de catarsis post año nuevo, ejercer mi rol de ser humano y contarles algunos pequeños delirios que vengo guardando desde hace mucho y que no los había narrado antes por (¿quién sabe?) pudor, timidez o estupidez. Acaso en el orden jerárquico contrario.
Me molesta la mala arquitectura, la mal hecha, la no pensada, la improvisada. La que trata de obtener una gran plusvalía sobre el confort del cliente y del mismo arquitecto.
Me molestan los arquitectos que no toman su profesión con pasión, con seriedad y dedicación.
Me molestan los grandes edificios que destruyen una zona que solía ser mía (y de todos) porque era bella, y porque esa belleza formaba la parte de un recuerdo.
Me molestan los pésimos edificios que han sepultado algunas bellas casonas y que ahora se alzan soberbios, como vencedores de una batalla que jamás existió. Ilusos, jamás se les recordará, ni a ellos ni a sus autores.
Me molestan -muchísimo- los edificios que se han construido y que se siguen construyendo frente al Golf, que a diferencia de otras capitales del mundo, no han aportado nada, absolutamente nada ni al discurso ni a la imagen arquitectónica.
Me molestan las autoridades que permiten todas estas irresponsabilidades y otras más. Como la destrucción de parques, de zonas monumentales o de las mismas edificaciones antiguas.
Me molestan los alcaldes megalómanos, como los dejados, los tímidos como los progresistas radicales que creen que el distrito es prácticamente de su propiedad.
Me molestan tanto los arquitectos que jamás le hacen caso a las inquietudes de su cliente, como los que le hacen caso hasta subordinarse a la opinión de un ignorante.
Me molestan los arquitectos que dan siempre su opinión sobre todo tema, aunque lo único y lo último que hayan leído sea una revista de arquitectura de 1966.
Me molestan las fiestas hasta muy tarde, las celebraciones chauvinistas, la gente con feos modales al comer, los que hacen tabla, los que escuchan reggae, los fascistas, los que cuentan chistes y bailan salsa.
Me molestan los que no dan las gracias, los clientes que pagan tarde, mal y nunca.
Me molestan las chicas engreídas, las que no miran a la cara cuando conversas con ellas, las mono temáticas, las atemáticas, las lloronas, las sangronas, las que creen que el machismo debe ser únicamente ejercido por ellas.
Me molesta la música alta, los domingos por la tarde, los tragos de frutas, las conversaciones bizantinas.
Me molesta los funcionarios que se esmeran en poner traba a los buenos proyectos de arquitectura, los que se fijan en las dimensiones del baño para rebotar un proyecto.
Me molestan los promotores y sus anacrónicas ideas sobre lo que la arquitectura debe ser. Me molestan las tejas, las casitas adornadas por los señores de "buen gusto", el enchape caravista, el vidrio oscuro, los voladitos en las fachadas, y los arquitectos que permiten todo esto.
Me molestan las personas que consideran a la buena arquitectura un bien de último nivel, un hecho superficial, una consideración de orden banal.
Me molestan los burgueses sin sensibilidad que miran a los arquitectos como estúpidos-inofensivos. Son funcionarios de clase alta cuya divisa es, evidentemente, el dólar ganado a costa de una excelente transacción financiera. Pobres, la lobotomía a que les hicieron los exculpa de esto y otras cosas.
Finalmente me molesta los que opinan igual que yo pero que jamás lo dirán en aras de mantener una posición madura y equilibrada con respecto a la vida, si esto es posible.
Por supuesto nada personal.
Diario "El Comercio", Enero de 1992

APOLOGETICO EN FAVOR DE LA ARQUITECTURA
Por lo que recuerdo, La Crisis (la eterna económica o la históricamente pendular de valores) ha sido siempre parte importante de mi vida y la de mi generación. No recuerdo prácticamente ninguna época en que no haya oído hablar de crisis. Crecí con ella, aprendí a adolecer con ella y aún la conservo omnipresente en toda actividad que realizo. Pero lo más preocupante -lo cual me aterroriza algunas mañanas muy frías en la que el despertar es rudo- es que creo haber desarrollado, muy dentro de mí, una cierta "conciencia de crisis", la cual consiste básicamente en una actitud o humor el cual me obliga a pensar derrotistamente en frustrar o castrar ciertas ideas o proyectos que tengo en mente, sólo por pensar en que está demás intentado ya que "estoy" en crisis.
y he aquí a donde quiero llegar: esta chispa de ingenuidad que, en gente como yo, suele presentarse esporádicamente, parece ser un mal que ha infectado total e indiscriminadamente a actividades tan importantes como la arquitectura.
Así es. No se investiga más, porque ¿para qué? si va a quedar archivado y a nadie le va a servir. No se diseña a conciencia porque "no hace falta", total no se va a construir. No se construye al detalle y con fineza y cariño porque da lo mismo un buen acabado que uno malo, total nadie se va a dar cuenta, y -lo que es peor- si alguien se da cuenta no se va a quejar.
Es increíble pero así somos. La "conciencia de crisis" nos está acabando. Está empujándonos a no esforzamos, lanzándonos a creer que es lo mismo crisis que mediocridad. Y esto no se puede ni se debe permitir. El trabajo puede -y debe- ser hecho por profesionales de primera, con pasión, con cultura y con dedicación, no por holgazanes o pseudo-constructores que prostituyen la imagen, las ideas y la arquitectura misma.
Es por esto que quisiera dejar, hoy domingo, algunos y frescos pensamientos que he ido recogiendo y acumulando gracias al intercambio de ideas con gente interesada en reflotar y elevar el nivel y la calidad de la arquitectura.
Me disculpo de antemano si alguien quiere acusarme de ir soltando verdades de Perogrullo por ahí, pero es que soy de los convencidos que de vez en cuando es bueno hacer recordar las tablas de multiplicar.
- La arquitectura es la sublimación de la construcción. No todo lo que se construye y habita es arquitectura.
- La arquitectura no es una técnica ni una ciencia exacta en la que la sumatoria de funciones dé origen a su fórmula. Las fórmulas no existen, sólo existe la sensibilidad, el buen gusto y las ganas de realizar un buen trabajo a conciencia.
- La preocupación de un pueblo por su arquitectura es directamente proporcional a la calidad de sus proyectistas.
- No todo el que diseña es arquitecto. Para ser arquitecto es necesario un conocimiento básico de su realidad, de su historia, y una cultura capaz de defender eruditamente su propia labor.
-Es falso que un buen diseño es caro. Lo que sucede es que un buen diseñador es caro. Sólo mediocridad es barata.
-La peor arquitectura es aquella en la que todas las condiciones primaron antes que la estética. Recuerden: la mujer del César no sólo tiene que ser buena sino que también tiene que parecerlo.
-Nadie debería confiar en un arquitecto mayor de cuarenta que desconfía de todos los menores de cuarenta. (Esto que quede entre nosotros).
Diario "El Comercio", Agosto de 1990

TIPOLOGIA DE ARQUITECTOS
A través de la historia y seguramente debido a la coyuntura que primó, en cada período histórico se han dado diversos tipos de personalidades dentro de los arquitectos. Todas absolutamente regidas por la conducta particular y específica que su hábitat inmediato ha generado.
Así como refiere Woody Allen “nadie puede escaparse de ser lo que tomó de desayuno”, así tampoco nadie puede evitar ser lo que es, de producir lo que es y como se proyecta.
Y si esto no queda tan claro me gustaría que lo constaten en la siguiente tabla y que reconozcan alguno de estos maravillosos seres que pueblan nuestro universo arquitectónico:
EL ARQUITECTO ERUDITO: La más común clase de arquitecto. Habla mucho, dice poco. Siempre tiene una opinión sobre todo, absolutamente todo. Jamás discute: sólo pontifica. Habla consigo mismo siempre, y a veces discute. No lo aguanta más que su mujer y esto sólo porque no lo entiende. Habita normalmente todo tipo de exposiciones, “vernissages” y otros, aunque no lo hayan invitado. Dicho sea de paso, siendo como es, jamás lo invitan.
EL ARQUITECTO SNOB: Se gasta una cantidad de dinero ilimitada en suscripciones a revistas y en libros, los cuales sólo los utiliza como decoración en su oficina porque siempre los ojea y jamás los consulta, salvo que exista algo bueno para copiar. Se le puede encontrar paseando de algunos edificios posmodernos diciendo palabras como: "parece un tardo-moderno ... " o "recrea la sensibilidad de las vanguardias….” etc.
EL ARQUITECTO PARASITO: El que no se preocupa ni siquiera en informarse o tener revistas, pero sí en pedirlas prestadas, nunca las devuelve, y copia mal, o sea copia de lo que los otros copiaron.
EL ARQUITECTO BUROCRAT A: Se sienta en su oficina, lee el periódico, atiende un par de llamadas y alucina pensando que es Frank Lloyd Wrigth, pero administrativamente. Le encanta criticar pero sólo si se trata de cosas que perturban el reglamento nacional de construcciones, porque de ahí el zambo no pasa.
EL ARQUITECTO HIPPIE: Especie en vías de extinción que pulula por diversos organismos y oficinas en las que aún conservan metodologías y modelos románticos tipo Mayo del 68. Se le puede reconocer por su excelente combinación al vestir (fresa y marrón por ejemplo) y por su caminar trasnochado.
EL ARQUITECTO CONVERTIDO: Tipo de arquitecto muy de moda. Es aquel que en su momento hubiera puesto una bomba atómica en los centros históricos para poner un par de ''Villas Radiantes" corbusianas, pero que ahora entra en depresión patológica si algún balcón colonial se raja.

Diario "El Comercio", Febrero de 1992

FICCIONES



“Cuando los arquitectos se encuentran entre mujeres, de lo único que hablan es de arquitectura.
Cuando los arquitectos se encuentran entre ellos, de lo único que hablan es de mujeres”

(ESCUCHADO EN UN RESTAURANTE DE LIMA)

PLEASE MEJIA DON'T HURT ME

“I'm a long way from
Really feeling fre
Still it´s far cry
It´s a far, far cry from
Where
I used to be
I´ll wander far and
Wander wide.
I´ll learn to love and
Let it go.
And when that´s feeling´s
Deep inside. I´ll know
I´m home.
Ride the wind and
Catch the tide.
And if I leave a love
behind
I´ll set my sail for
one more ride,
and find I´m home
(I´m home)
AL JAERRAEU


A Jaime y Mili, por amigos

De la cama salté a la pared y de ésta reboté a la cama. Felizmente los brazos de Marissa me aguardaban para tranquilizarme con palabras dulces, caricias deliciosas y una muy sospechosa paciencia.
Ya te va a pasar Felipe, cálmate.
Marissa por favor no llores, por favor no llores Marissa.
¡Qué tonterías dices Felipe, no voy a llorar, estate tranquilo!
Pero yo, por alguna razón que ignoraba, no podía estar tranquilo. Por el contrario persistía en sentirme muy mal. Persistía en estar ahí, tiritando de pena, acostado, cerca a una Marissa distante pero con u nos enormes ojos tranquilizadores, muy tranquilizadores e inquietantes a la vez.
-¿Qué tomó Felipe? -preguntó Milagro, adorable prima de Marissa, desde un rincón del cuarto no dominado aún por mi desesperación ni por mi angustia.
-Dos huachos -respondió Marissa en un tono que sólo yo podía entender.
- ¿Y tan mal le ha puesto eso?
-No es eso Mili, es que estoy en crisis -intervine yo.
-¿Crisis? -preguntó Mili.
-Una más de sus cojudeces -enfatizó Marissa, con mucho cariño.
-No son cojudeces, mi amor, tú sabes de mis crisis.
-Ni las menciones Felipe, que estoy harta de tus "crisis".
-Pero mi amor, ésta sí es real, YO la estoy sintiendo.
-Lo que estás sintiendo Felipe, es una borrachera de la patada y nada más, así que quédate tranquilo echado que sino te vas a poner peor aún.
- Te juro mi amor ...
-¡Ya Felipe no quiero escuchar una palabra más!
No había nada que hacer, Marissa ya no quería escucharme, y yo que me cagaba de ganas de hablar, de hablarle, de decirle que me perdonara por las crisis anteriores pero que ésta, ESTA, era absolutamente cierta, real, y que tenía suficiente base material como para existir. Era la crisis del desamor que yo sentía se estaba apoderando de los dos, y que algo había que hacer al respecto. Me sentía mal, me quería ir a Lima, o en el mejor de los casos a la mierda, pero ni Marissa lo había permitido ni lo estaba permitiendo con tanto aparente cariño con el que me estaba protegiendo ahora. Cuándo no ella tan educada. Si por lo menos hubiera sido un poco más cruel, sólo un poquito más. No, era imposible pedirle tan poco, tan poco ...
- Amor -dije yo, como quien habla desde el fondo de un pozo muy negro y muy profundo. - ¿Te acuerdas cuando te dije que nunca, debiste enamorarte de un arquitecto ... ?
.¿Qué hablas Felipe?
-¿ ... no te acuerdas amor cuando te advertí que no te fueras a enamorar de un arquitecto porque éramos muy jodidos para amar y ser amados, que éramos unos dinosaurios, seres en vías de extinción, crueles, llenos de crisis, hipersensibles, maníacos-depresivos, volubles, desequilibrados e inmaduros ... ?
Sí Felipe, si me acuerdo ¿qué hay con eso? ¿ ... te acuerdas que me dijiste que me amabas a mí, que amabas a los arquitectos, que a ti no te importaba lo que eso significara? .. ¿te acuerdas mi amor? ..
Ay Felipe ... ¡Ya .. ¡Sí! ¡Si me acuerdo!
¿Aún quieres a los arquitectos? .. ¿Aún me quieres?
(. .. )
Marissa ... ¿Aún me ... ?
Felipe -dijo Mili- salvando la tensa situación.
-Estate tranquilo- que no estás bien y no es buen momento para hablar.
Sí Felipe -dijo Marissa.- Quédate tranquilo te he dicho que sino te vas a poner mucho peor.
Me quedé callado, absolutamente callado, jodido pero callado. Y con la única maldita certeza de sentirme peor, de sentirme realmente pésimo pero sobre todas las cosas con la horrible certeza de que algo estaba fallando entre Marissa y yo. Ya lo había intuido yo desde Lima, cuando la llamaba a diario por teléfono a Arequipa e iba sintiendo su voz todos los días un poquito más fría, más distante, menos mía, menos nuestra. No sé, en realidad no sé bien en que momento empecé a sentir esta especie de desamor que nos envolvía (creo que en general nadie logra darse cuenta) pero de lo que sí estaba seguro era de que en algún momento, en cuestión de segundos, en una llamada, un domingo por la tarde, un miércoles por la mañana, un día muy caluroso, o un viernes por la noche, nuestro amor se rompió en pedazos y yo había llegado a Arequipa únicamente a recoger esos pedazos.
Nunca debí ir a Arequipa, nunca, ni mucho menos a Mejía, nunca. Fue terrible ahí echado delirando llegar a esa patética conclusión. Pero era cierto. Y lo peor de todo fue que esta sensación, la seguridad de mi crisis con Marissa, la sentí claramente no bien entré a Mejía, no bien Mejía apareció ante mis ojos. Era, por decido de algún modo, el lugar más objetivo del mundo, imposible de transar con ciertas susceptibilidades como la mía, y tremendamente revelador para cualquiera que ande tratando de escapar de realidades complejas. Por lo tanto para Marissa debió ser absolutamente desmitificante. Ella que admiraba tanto mi profesión, sin entenderla, sabía que el terreno urbano, Lima, era mi territorio, un lugar en el que yo era una especie de monarca, porque era capaz de entenderlo todo, dominado todo, comprenderlo todo. Porque la ciudad, como fenómeno complejo y contradictorio era eminentemente propiedad de monstruos urbanos, de seres que disfrutan del concreto, se mueven en él y respiran smog, tertulias ruidosas, agresiones de tráfico, de gente, de sentimientos. En cambio este Macondo playero (como llegué a denominar con el tiempo a Mejía) era el reino de las cosas claras, de la estabilidad emocional, de los microcosmos banales. Y no podía ser de otro modo ya que Macondo II era una especie de pintura naif, desde lo espontáneo de su traza urbana hasta lo ingenuo de sus casas que como graffittis Arquitectónicos aparecían y desaparecían como en una postal, dejándolo todo al descubierto, sin nada que esconder o que ocultar
Todo era demasiado obvio, demasiado claro v sencillo como para ser analizado o evaluado. Era a lo sumo vivible, disfrutable pero por nada de este mundo, criticable. Por lo tanto no había razón para que un tipo urbano tuviera jerarquía, ni exista, ni se le permita algún tipo de autoridad. Era uno más, sin vestiduras ni algún factor que me otorgara peso específico dentro de esa sociedad y esto fue al fin y al cabo lo que motivó que Marissa me desvalorara y, como mencioné antes, lograra desmitificarme. Fue este exceso de objetividad -esos excesos que siempre castran cualquier fantasía y cualquier ilusión- lo que hizo finalmente que Marissa dejara de amarme.
Yo no sé cómo pero todo esto lo intuí, lo juro, desde que abordé la camioneta de Eduardo, el primo de Marissa, en Arequipa. Fue como una especie de revelación para mí ese instante en que subí a la enorme camioneta y fui informado que el único casete que habría para todo el camino era uno de José-José. ¿José¬José? pensé en ese momento; no podía ser: si había algún cantante al que yo verdaderamente odiara era ése, y encima tres horas de camino ¿acaso podía existir algún indicio más revelador que una pesadilla así?
Todo lo recuerdo perfectamente. Un camino oscuro y serpenteante, muchos carros en contra, las adelantadas de Eduardo, una luna serrana enorme, la bella mano de Marissa que soportaba estoica mente los apretones de otra mano cobarde, sudorosa y terriblemente nerviosa.
No bien llegamos me sentí mal. Muchas calles; vacías, poca luz, un terrible dolor de espalda, muchas risas, gente saludando, más risas, dentro de las casas, Marissa feliz (¿feliz?), Marissa demasiado feliz, Marissa con la cara realmente transformada (?) de felicidad.
Debí irme en aquel momento, pero me demoré mucho y me alojaron en una casa muy linda, llena de techos altos, una casa reconstruida luego de un terremoto muy mal intencionado, pero que favoreció a que Macondo II se reconstruyera en función de cobijar una gran cantidad de soberbias sureñas que pugnaba por mirar al mar desde el Misti.
Estaría demás decir que toda la familia de Marissa me trató superbien, y que yo pude amarlos casi tan rápido como lo que me demoré en instalarme. De todos a los que mejor recuerdo (mejor por cariño y por memoria) es a Jaime, a Mili, su mujer, y a Marta, hermana de esta última. A Jaime lo recuerdo por sus invalorables consejos con las mujeres (aunque no me sirvieron para nada, espero poder utilizarlos algún día), su magnífico sentido del humor, su excelencia para las tertulias y para el trago, su confianza y, por supuesto, su amistad. A Mili la recuerdo por su cariño, sus atenciones y dedicaciones, pero sobre todo por ese maravilloso y hermoso perfil, que para mi siempre será el más delicado del mundo. A Marta la recuerdo por ese estilo mordaz, tan preciso para las definiciones, para decir las cosas más terribles del modo más irónico y divertido. Todos amabilísimos y muy gentiles, como debe ser la gente, como a mí me gusta la gente.
De cualquier modo ese viernes no tuve mucho tiempo para intimar porque Marissa me sacó a patadas de la casa para presentarme a sus amigos, a los que había hecho en esos meses de estadía en tierra sureña. Saludé a todos con bastante efusividad, como si con esto tratara de transmitirles un poco de mi seguridad. Ellos, por su parte, también hicieron lo mismo pero con un poquito más de fuerza. Me recibieron, por decirlo de alguna manera, con demasiada cordialidad. Me recibieron con los brazos abiertos, sí, pero escondían perversas intenciones en el fondo de sus corazones. Y uno en especial la hizo patente al invitarme a tomar, a tomar mucho, a tomar y tomar como trata de demostrar algo. Yo un poco por orgullo (Marissa me estaba observando atentamente) y otro poco porque el muy imbécil me estaba cayendo muy bien le acepté los dos huachos que me dio a tomar, dos huachos que, al fin y al cabo, no parecían muy peligrosos ya que dentro de ese pintoresco nombre no involucraban más que un montón de trago barato cabeceado con Coca-cola.
Ese arequipeño, del cual no recuerdo su nombre, me abrazó demasiado esa noche de viernes en la que noté a Marissa superdistante, dispuesta en caso de una apuesta entre él y yo a apostar su beca universitaria al muy imbécil, dispuesta a parcializarse con cualquier posición con tal de que mi proceso de desmitificación siguiera adelante. No pude acercarme a ella porque el arequipeño prácticamente no me dejaba pasar, ni a mí ni a mi mano.
Me comencé a sentir mal y caso lloro. Pero no lo hice porque recordé que Marissa y yo habíamos quedado en que jamás nadie lloraría, y si alguien lo hacía algún día esto hubiera significado que ya no quería a la otra persona. Y yo aún la quería.
Me seguí sintiendo mal y caso río. Pero no lo hice porque aún no me había hecho efecto el trago, y además el imbécil del arequipeño se estaba riendo por los dos.
Me dediqué entonces a observar la balaustrada de una gran escalera que subía de la playa. Sólo me dediqué a seguir y seguir mirando la escalera, como quien se aferra a una base racional inmediata que evite que algo tan irracional como el amor lo haga a uno leña. No me sirvió de nada y, aún peor, se me empezó a subir el trago.
-Marissa -dije con tristeza pero con decisión.
-Quiero ver el techo alto de mi cuarto, quiero ver las contraventanas, las viguetas y si es posible tus ojos brillar nuevamente.
Marissa, está demás decirlo, no entendió ni pío lo que yo dije, pero como ya estaba acostumbrada a que yo dijera tonterías cada vez que quería irme de algún sitio, me ayudó a despedirme de un montón de cínicas sonrisas que eran incapaces de entender tantísima tristeza.
El maldito del arequipeño tuvo entonces la osadía de ofrecerme su auto, cosa que yo rechacé inmediatamente pero no así Marissa que aceptó por ambos y me trepó literalmente a un auto que yo odié todo el camino hasta la casa. Y ahí estaba yo tirado, pensando en todo esto, recordando cosas que eran imposible recordar con distancia porque estaba viviéndolas en ese momento. Las estaba viviendo y quizá necesitaba un rato más seguir haciéndolo.
Por todo esto cuando Mili pasó nuevamente la bolsa de hielo por mi cabeza sólo atiné a preguntarle por Marissa, a la cual había perdido de vista hacía un buen rato.
-Mili ¿dónde está Marissa?
-Durmiendo Felipe, durmiendo.
-¿Lloró Marissa, Mili?
-( ... )
-¿Lloró Marissa?
-Sí, Felipe, lloró ...
-Entiendo ... ¿sabes Mili? ... A Marissa no le gustan ya los arquitectos.
Lima, Abril de 1992

EPOPEYAS, ONOMATOPEYAS Y UNA QUE OTRA PENA

Ella me daba la mamo y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que abrazarla, más que hacerle el amor, ella me daba la mano, y eso era amor. “La tregua”
(MARIO BENEDETTI)
A Enrique, Giovanna, Martín, Lucy, Cecilia y Manuel, amigos nunca mejor escogidos.
Buenos Aires, 10 de junio de 1990
Querida Francezca:

Y a retazos lo logramos ¿recuerdas? Dijimos que seríamos felices juntos y creo que de verdad lo fuimos. Pero sólo a veces, justo aquellas veces en las que yo te salía con que las relaciones humanas eran siempre sumamente complicadas; y tú desde una profunda coquetería y unas ganas locas de ser amada me contestabas que eras feliz saliendo conmigo, pero sólo a retazos.
Yo le entendía perfectamente Francezca, te juro, porque yo me sentía igual, yo tenía la certeza de que lo nuestro era así, que iba a durar mientras durase, sin proyectarse, sin querer extender un tiempo que no existía, porque era lindo reinventarlo cada vez que me dabas la mano, cada vez que te apoyabas en mí y reías. Sí, Francezca, fuimos muy felices así, a retazos, porque jamás esperamos nada de nadie, y sin embargo estuvimos esperándolo. Trabajar así, tan irregularmente, tan mal pagado, tan a veces infeliz e insatisfecho. Necesitaba aire, mucho aire. Necesitaba espacio también. Una ciudad vivible urbanamente. Que fuera cerrada en el día y abierta en la noche, al contrario de Lima.
Necesitaba salir de esa angustia gris que en Lima permite que todo se confunda, que no existan los contrastes ni los claroscuros, ni las posiciones: verano e invierno. Un verano que no llega a serlo realmente por la neblina, y un invierno benigno pero muy traicionero debido a la humedad. Del mismo modo su gente: indefinida: de humor gris, con muchas máscaras, llena de un tibio carácter, con una apatía bárbara y una falta de carácter incomparable en todo Latinoamérica.
Necesitaba salir de ahí, Francezca. Necesitaba salir y Buenos Aires me pareció una excelente opción en ese momento. Sobre todo con la oferta de trabajo de mi tío, del que nunca recordaste el nombre.
Te sorprenderá que te cuente todo esto o que, para comenzar, se me haya ocurrido escribirte luego de tanto tiempo. No vayas a creer que ha sido melancolía, Francezca, te aseguro que por eso no fue. Debo confesarte que es por una mágica razón que me he puesto a pensar en ti. Para variar, tratándose de nosotros fue magia, o como tú preferirías llamarlo quizá: por una mágica circunstancia. Linda, che linda francesita la tuya: aún la menciono y los argentinos lloran de tanta sensibilidad que les transmito con la frasecita, tan peruana, tan huachafa. Perdón no huachafa por ti, sino porque creo que en mí no suena tan linda como sonaría en tu voz. En fin, al grano Diego. A lo que realmente iba, Francezca, era a la manera como he venido a acordarme de ti. Te contaré.
El otro día ordenaba mi departamento, estaba muy sucio, lleno de puchos por todos lados y con algunas botellas de cerveza tiradas por la sala, cuando me pareció que de una ruma de papeles brillaba algo: era un anillo: tu anillo Francezca. ¿Qué diablos hacía ahí? no lo sé. Yo recordaba que cuando me lo diste, el día del muelle, me dijiste que te lo guarde y luego de todo, aún lo recuerdo, jamás te lo devolví, pero no recordaba habérmelo traído a Buenos Aires, ni mucho menos haberlo perdido. Pues bien, la cosa no hubiera pasado de ahí sino fuera porque tu anillo, tirado en el piso, brillando como un sol, tenía atada una pita la cual a su vez estaba atada a mi pluma, la que tú tomaste como canje sentimental por tu anillo. ¿Qué hacían atados ahí? Pero esto tampoco fue lo peor, Francezca, cuando me fijé en qué día era ahí si que me derrumbé dentro de la crisis nerviosa más severa que yo recuerde. Era 4 de junio, el día que tú y yo nos conocimos. No podía creerlo. Me senté entonces en el comedor y empecé a pensar en ti como un loco. Casi te llamo a Lima, pero me contuve yendo a La Recoleta. Necesitaba salir, caminar, un poco de aire, algo. Caminé hasta un café en La Recoleta, pedí una cerveza, prendí un cigarrillo (me sentí un poquito mejor) y me puse a observar el anillo como si éste pudiera decirme algo. Recordé tu casa Neocolonial, tu madre, Gabriela, los pelos en la barbilla de Carolina Costa, Chancay, el lomo saltado de Chac1acayo, el olor a harina de pescado, el toque de queda en Lima, mis padres, tu taller, tú.
Tan absorto andaba que jamás me di cuenta cuando alguien me preguntó:
-¿Tenés fuego, por favor?
Sólo reaccioné al sentir un perfume que se me hacía muy conocido. Miré hacia arriba y ahí estabas tú, Francezca, tu cabello castaño, tus ojos chiquitos, tu chompota suelta, tu, desgano al vestir, tu sonrisa coqueta, tus ganas de molestar en los momentos más serios. Sólo atiné a decir:
-¡Francezca!
Pobre chica, sólo quería que le prendan el cigarrillo y se ganó con un peruano atónito, cubierto en sudor frío, convencido de que el diablo existía, y necesitando a gritos huir, sin saber ni cómo ni adónde.
-¿Qué cosa? -dijo la argentina, con tu voz pero no con tu temperamento. Más bien lo dijo de una manera muy argentina.
Yo saqué mi encendedor, temblé como una bestia mientras le encendía el cigarrillo y la miré hasta que ella preguntó.
-¿Estás bien, che?
No le quise responder que no, un poco por esa educación espartano-burguesa que me inculcaron (y que resultó en Buenos Aires una de las grandes taras que tuve para conocer chicas) y otro poco porque no me salía ni una sola frase en ese momento.
-¿Francezca?
- ¿ Quién es Francezca?
- ¿Francezca?
-Mirá che, gracias por el fuego pero mi nombre es Valeria.
-Lo siento -dije sollozando-o Es que eres exacta a una amiga peruana.
¿Sos peruano?
-Sí, desde la punta del pie hasta la cabeza.
De los que prestaron aviones para Las Malvinas, de la tierra de presidentes gallardos, peleas de gallos, arroz con mariscos, harta burocracia, Machu Picchu, la arquitectura neocolonial y las chicas maravillosas.
Pará, pará, che, que sí sé dónde queda Perú...
Bueno, qué bien porque nadie sabe dónde queda el Perú.
;Podés dejar de mirarme así? parece que hubieras visto un fantasma.
-(¿Francezca ?)
-¿Qué dijiste?
-(¿ Francezca?)
-¿Eh?
-Nada, nada, perdón ...
-S0S divertido peruano ¿me puedo sentar?
-Claro, por favor.
-Mirá vos, ya me picó la curiosidad, decime
¿quién es esa Francezca? -Una amiga.
-¿Una amiga?
-Así es.
-Pues han de ser muy amigos desde que te
ha afectado tanto verme.
-Eramos ...
-¿Eran novios?
-No ... sí... bueno casi. Algo así.
-¿Total?
-No.
-¡Che, podés dejar de mirarme así, me ponés
nerviosa!
-Lo siento Francez ...
-Valeria. Me llamo Valeria ¿Y tú?
-Diego.
-Muy bien, Diego ¿vos que hacés?
-Soy arquitecto.
-Mirá que bonito ¿Hacé cuánto que trabajas
aquí?
- Hace un montón, tres años.
-¿Y qué tal?
-Bien, bien, no me puedo quejar.
-Bonito lugar Buenos Aires ¿Te gustá?
-Sí Francez ...
-y da le con lo mismo ¿tanto me parezco a
tu amiga?
-Igualita.
-¿Y dónde está ahora Francezca?
-En el Perú.
-¿Y qué hace ella?
-Es arquitecta también.
- Con razón.
-¿Cómo que con razón?
- No dicen por ahí que entre artistas no se deben juntar
-Supongo que sí, creo que ni deberían conocerse... ¿Tú qué haces?
Algo parecido a lo tuyo, soy decoradora de Interiores.
-Ah ...
-De una vez por todas che ¿podés dejar de
mirarme así?
-Perdóname Valeria pero si tú supieras lo igualita que eres a Francezca, te privas. Yo casi lo hago.
-¿Te gusto entonces?
A la mierda, te juro Francezca que nunca estuve preparado para este tipo de preguntas a rajatabla. No me había aún recuperado de la impresión y ya estaba siendo otra vez agredido por una fantasía más, por una nueva presión que me hacía recordar lo vivido, lo sufrido, lo amado.
Me paré de improviso, le pedí mil disculpas a la chica (MIL), dejé el dinero de la cerveza y comencé a correr por el parque. N o sabía adónde ir. No sabía qué estaba haciendo ahí, sólo quería correr y correr. Sentí enormes deseos de vomitar, botarlo todo, no acordarme de nada. Empecé entonces a emitir ruidos infantiles, desesperados, guturales. Ahí fue cuando recordé todas tus onomatopeyas y una a una las fui gritando: ññññññññññui, tuuuuuuuuuuu, ñññññññññññ. Las grité y grité hasta que caí en la cuenta de que estaba asustando parroquianos como loco. Casi lloro al acordarme de mi auto, las canciones, las promesas estúpidas hechas para llenar vacíos de tiempo. Volví a acordarme de Lima, de mis amigos, de Eduardo, de José Carlos, de Marcos. Recordé nuevamente a tu familia, lo linda y gentil que era tu madre conmigo, el buen porte de tu padre, la enorme ponciana de tu jardín, la coneja (¿Salomé?) que tú adorabas, los pajaritos en tu taller, tus ganas locas de sentirte bien contigo misma. Todo.
Corrí mucho y esto sirvió no sólo para agotarme sino para llegar también a mi departamento. Pero no quería subir, no quería estar encerrado. Quería quedarme abajo, a morirme de frío si era preciso pero abajo ... De pronto sentí que si no volvía a ver a esa chica me moriría. Fue un impulso tremendo así que corrí nuevamente hacia el café, pero no la encontré. El mozo me reconoció y me dio algo que con el apuro había olvidado allí: tu anillo. Le agradecí en el alma y me fui caminando por la Costanera llevando tu anillo en la mano, mirándolo, ya mucho más tranquilo.
Y fue así, mirando y mirando, como me puse a pensar como nunca en ti. Recordé lo que siempre decías: que a veces morir es vivir, que hay cargas muy grandes, muy pesadas, que el amor puede ser también una de ellas, que a nadie puede exigírsele amor sólo por el hecho de que se le ha entregado amor, que pertenecerse es una manera de destruir algo. Recordé los poemas que me leías por teléfono, cuando me decías que yo sabía escuchar y sin embargo no era que sabía sino que quería.
Mirando las aceras de Buenos Aires, en pleno otoño, con un viento helado que levantaba papeles, paseando por un paseo techado cercano al patio Bullrich, lejos de Lima nuevamente. Extrañando Lima, nuevamente. Necesitando Lima, nuevamente.
Recordé entonces ese miércoles que nos despedimos, antes de venirme a Buenos Aires. ¿Recuerdas? dijimos muchas cosas, muchas tonterías; nos disculpamos de lo pasado, tratamos de relativizar la relación, nuestros sentimientos, como señalando un accidente ocasional en la vida de dos personas que apenas habían tenido tiempo para conocerse y ya estaban despidiéndose demasiado.
En todo caso, en el mejor de los casos, nos despedimos con demasiadas explicaciones, banalizando lo que había pasado entre nosotros, dando una estúpida justificación intelectual a todo. Hiriéndonos para que el orgullo de cada uno quedara intacto. Y al final, sin embargo Francezca, nos hicimos mierda de tanto explicar, de tanto decir verdades de Perogrullo, recalcando lo tácito, analizando situaciones absolutamente espontáneas que no tenían por qué tener ninguna lógica, ninguna buena razón, salvo las ganas de dos personas de estar juntas porque, carajo, les daba la gana de estar juntos y sanseacabó.
Jamás lo entendimos, ninguno de los dos, aunque tú imagines que yo sí lo hice. En lo más mínimo, Francezca, te lo juro. Es más, al día siguiente, y durante los demás días que precedieron mi viaje a la Argentina, me sentí mal, muy mal. Tanto cuando nos hacíamos llamadas de desencanto como cuando nos veíamos y charlábamos desde otra distancia (cuánta diferencia puede determinar estar en un mismo sillón que estar en dos sillones distintos ¿no?). O lo horrible que fue a veces tener que contenerme de llamarte para no ampliar más ese vacío que sentía se encontraba ya entre nosotros. Es increíble, Francezca, cómo dos personas que han intentado tan intensamente ser felices juntos pueden de un momento a otro aprender a prescindir de la otra persona, ocupando ese agujero con actividades tan absurdas como afeitarse, ir al cine, servirse un café poner una música sin connotaciones o sencillamente comprarse una camisa,
Terrible, pero cierto Francezca, tú debes de haber hecho lo mismo de seguro.
De cualquier modo en ese tiempo, como te decía, no era consciente de todo esto. No. Recién me he dado cuenta hoy día, aquí sentado ante mi credenza inglesa (te encantaría verla seguramente) escribiendo esta carta con la pluma que te di para que me cuidaras y que, irónicamente, conservo para relatarte todas estas cosas.
No lo sé, no lo sé. Como siempre te he dicho, no me hagas mucho caso nunca. Tú bien sabes que siempre ando subjetivizando todo, y yo creo que algunas cosas que aquí te he contado son producto un poco de melancolía (lo confieso) y otro poco producto de una relativa lucidez exaltada por el paso del tiempo y la distancia.
En todo caso perdóname por este nuevo intento racional por querer explicar las cosas más normales. En el fondo creo que se debe a una deformación profesional ya que hacer arquitectura es, al fin y al cabo, una manera de entender el mundo, o por lo menos de tratar de.
En fin, Francezca, no hay epílogos, ni moralejas, ni conclusiones. Ni siquiera sé si he escrito una carta. Lo único que he tratado de decirte con esto, quizá sea que sigo siendo feliz, siempre a retazos, pero feliz básicamente.
Espero que a ti te vaya bien (qué cholo ¿no?) Trata de seguir luchando contra tus propias limitaciones, tus propias frustraciones, y disfruta de tus verdades por más pequeñas o mezquinas que éstas te parezcan, pero por nada de este mundo pierdas el sentido del humor, que tenerlo es también una manera de ser feliz.
A retazos, por supuesto.
Diego.
PD. En Buenos Aires la anécdota que más gusta a mis amigos que les cuente (la he contado mil veces creo) es la de "Patea la piedrita y gánate un beso". ¿Te acuerdas? Nos la enseñó el guachimán del Olivar, y servía no sólo para caminar mucho sino también para evitar aburrirse. ¿Te acuerdas? Por si no te acuerdas ahí te la mando como siempre la cuento:
"Este juego se juega entre dos personas. Una dama y un caballero. El juego consiste en pasear por un malecón muy ancho y lleno de piedritas a los lados. El objetivo del juego es caminar mucho y divertirse pateando una piedrita, la cual será pateada una vez por participante. Pierde el juego aquel que la tire fuera de la vereda. Como es tradicional la dama se ubicará a la derecha y el caballero a la izquierda, por lo tanto el caballero perderá si la piedra sale a la izquierda del camino y la dama perderá si ésta sale a la derecha del camino. El castigo o penitencia consistirá en que el perdedor le dará un beso apasionado al ganador."
¿Te acuerdas Francezca? Tú siempre botabas la piedrita a la derecha. Siempre a propósito.

Lima, Julio 1992

COMO SER ARQUITECTO Y NO MORIR EN EL INTENTO

"Para llegar a donde debes llegar elige las calles por donde no sople el helado viento del norte.
Pero sólo las calles que conducen a ese lugar están barridas por el helado viento del norte.
"Prosas Apátridas" (JULIO RAMÓN RIBEYRO)
COMO SER ARQUITECTO Y NO MORIR EN EL INTENTO


A Juvenal Baracco Y Juan Carlos Doblado

Cómo ser arquitecto y no morir en el intento

En primer lugar hay que cepillarse los dientes de arriba hacia abajo y con mucha fuerza para evitar la tristeza y la impotencia de comprobar que la camisa que nos pusimos ayer está sucia y no podrá utilizarse otra vez. De nuevo tomar un café con leche, sin corbata por supuesto porque los arquitectos que usan corbata cuando son grandes se los lleva el cuco, despedazar geométricamente el pan con mantequilla de modo que el ejercicio de la profesión aparezca escandalosamente en los ojos de tu mujer. Si es que la tienes porque si no lo mejor será llorar de alegría, o reír de pena para que el pan con mantequilla que acabas de despedazar sepa que estás solo. Por si acaso.
Debes abrir la puerta del auto (nunca entrar por la ventana), sonreírle al velocímetro porque es esférico y todavía no te ha dicho que a sesenta kilómetros por hora la ciudad es horrible, temprano por la mañana, sobre todo cuando los pliegues del pantalón se han ubicado justo debajo de la panza que hace años no tenías. Girar la llave de la oficina sólo para entrar muy rápido a tu tablero, Hola Eduardo, Hola Marcos, Hola Pedro, ¿alguna novedad?
Sentarte en tu silla, ordenar algunos papeles que ya habías ordenado la noche anterior pero con lo cual lo único que intentas es demorar tu combate diario con el tablero, con las ideas, con las malditas ideas que se fueron ayer, que las tuviste en la noche, cuando dormías solo o acompañado, pero que te han abandonado esta mañana, ¡MALDITA SEA!
Tranquilizarse un poco, pedir un café o preparártelo tú para saber que te sigues siendo útil. Mojar los labios en el café caliente que hubieras querido que te lo preparara ella, sólo ella, a la cual recuerdas desde ese día. Volver a mojar los labios en el café, mirar hacia abajo, luego mirar el tablero, el plano dibujado sería mejor que la horrible soledad de la hoja de papel mantequilla extendida sobre la superficie blanca del plano oblicuo sostenido por una pequeña estructura de acero. Pero ¿qué se va hacer? así es la vida. Volver a mirar el reloj para darse cuenta de que sigue siendo la misma hora que hace una hora. En caso de querer enfriar más el café puede llorarse pero no mucho, sólo lo necesario para que CarIa no se entere, cuando llame por teléfono, que ese llanto no fue por ella.
Salir de la oficina a buscar un periódico, un amigo o un caramelo de limón. Si los monstruos de la calle trataran de atacarlo defiéndase con cualquiera de estas tres cosas, pero sólo con una de estas cosas a la vez, todas al mismo tiempo sería tomar demasiada ventaja, sobre todo con el pánico que estos seres le tienen al caramelo de limón.
Subir nuevamente a la oficina, guardando siempre caramelos de limón o amigos para la próxima bajada. Atención, esto es importante: nunca dejar a los amigos en el mismo lugar que los caramelos de limón, pueden confundirse y llegar a odiarlo a uno demasiado.
¿Sería mucho pedir que, por favor, llame la señorita Fiorella a la oficina? Ninguna llamada para el arquitecto, no importa ya llamará. Habrá que recordar que la falta de concentración es una costumbre, que el hecho de que ella no haya llamado no significa que va a llover esa tarde, que la tristeza no va a rondar por debajo de tu tablero y que por lo menos esa noche podrás veda para explicarle por qué diablos estuviste tan ansioso esa mañana: sobre todo cuando te pregunte ¿Qué tal te fue? y tú respondas, mintiendo obviamente, que muy bien, muy bien, un día normal. ¿Un día normal? ¿Cuántos días normales habrán terminado con la vida de muchos tipos como tú?
Agarrar el lápiz con decisión y convicción no va a resultar. Tampoco pensar en Corbusier, Richard Meier, Alvar Aalto, el maricón de Philip Johnson o, inclusive, Steven Holl. Aquí de lo único que se trata es de poner primero una línea horizontal, luego una línea vertical, saber que lo que acabas de hacer es una vulgar abstracción de un muro, que no es más que la pelea entre una vista horizontal no deformada de la intersección entre un muro de soga y un muro de canto. Ponerle una textura puede ayudar pero sólo si es en ángulo de cuarentaicinco grados, a veces, o a veces a sesenta grados.
¿ Qué hora es? Han pasado mil horas desde que agarré el primer lápiz y el reloj -¡Ese maldito reloj!- marca la misma hora de ayer, de antes de ayer, de hace una semana, de hace un mes. De hace un año.
Para almorzar debe primero lavarse las manos, pero ¡ojo! no demasiado ya que muchas de las manchas de tinta y lápiz que se irán en el fregadero del lavabo son heridas de batalla, y deben conservarse sólo para mantener la memoria de una lucha; expresamente para demostrarle a los irreverentes ingenieros que las manos bien cuidadas no pertenecen a una estirpe de maricas o afeminados burgueses.
Cuidarse de la mediocridad del empleado de oficina, y el padre de su padre, que se manifiesta al tomar un cuchillo con la mano izquierda. Cuidarse de no conversar mucho en el almuerzo que las musas podrían sentirse ofendidas y mandarlo a uno a la mierda por mal educado. Cuidarse también de los que miran nuestros dibujos sobre las servilletas. Se sabe bien que así se plagiaron el Edificio de las Naciones Unidas que Corbusier proyectó. En todo caso, llevarse siempre todas las servilletas, el mantel, las flores del centro de mesa y tirarlas todas a la basura.
Si se almuerza con una mujer jamás hablar de arquitectura, ni en la playa, ni en la cama, ni encima de una roca orientada ESTE-OESTE, de la cual se divise algún valle. Nunca junto a un helecho que mida más de dos metros ni frente a una cajetilla de cigarrillos vacía. Mucho menos se hable de este tema solo, ni mal acompañado. Recuérdese también que jamás beba demasiado, o muy aprisa. Prohibido terminantemente los martinis secos porque Mies Vander Rohe lo hacía y mírelo usted dónde ha terminado. Si va a beber mucho, para lo cual debería pedir un permiso especial del Colegio, Sociedad o Cofradía de Arquitectos de su localidad, beba acompañado de arquitectos que jamás hayan faltado a una charla, ni hayan comido pescado crudo esa mañana, o su mujer sea una chismosa de los mil diablos. Apunte siempre en una libretita grillada la cantidad de vasos que va consumiendo, hágalo en escala uno en cincuenta o, si la libretita es muy pequeña, en escala uno en cien.
Converse en voz baja, y si va a hacerla en voz alta sólo hágalo para maldecir al cliente que quiso pagarle mal, tarde y nunca quiso reconocer que usted fue el que realmente diseñó la casa, y no él, su mujer o la espantosa hija de dieciséis años llena de acné y que quiso en un determinado momento cambiarle un poco la casa pidiéndole que su cuarto lo ampliara por lo menos cuarenta metros cuadrados, con ventana hacia el comedor, servicio higiénico incorporado y un feo espejo en el closet para guardar su horrenda imagen.
Cuando abra la puerta para tomarle diapositivas a la terraza que tanto trabajo le costó imaginar en su mente, en su corazón, y en el cerebro de ese tipo con el que negocia y que trabaja en nosabeustequé pero que gana el quíntuple que usted con la quinta parte de esfuerzo, no diga nada salvo: te quiero Fiorella.
A partir de su noveno cliente no vaya vestido con la misma ropa, cambie las combinaciones hasta que logre confundirlo con uno más de su familia. Dígale papá si es que es muy mayor o hijo si es muy menor pero jamás, por ningún motivo, le diga amigo, a no ser que sea cierto y ahí sí que jamás podrá pedirle nada que él no le haya pedido a usted antes.
En lo referente a los gustos por aficiones paralelas puede nadar, jugar squatch, correr por las noches en una laguna oscura de Florida, buscar ostras donde otros buscan perlas, financiar alguna publicación esotérica, leer a Unamuno los domingos por la tarde, bailar valses en la playa a las tres de la mañana (con luna llena por supuesto), o enamorar a la hermana menor de un amigo que no ha visto hace mucho y al cual odia respetuosamente porque le quitó su último proyecto. Esta última actividad podría estar muy asociada a la venganza por lo que no sólo sería un placer sino un excelente ejercicio de justicia distributiva.
No crea tampoco que porque llegó a su oficina, lavó un estilógrafo, coordinó con el dibujante que mueva el eje cuarenta centímetros a la izquierda y lo llamó la secretaria del dentista a confirmar su cita, ella lo va a llamar. Si ella no llama (y de seguro no lo va a hacer) es porque siente que cada día lo quiere menos, que nada es igual que el día anterior, y que el amor se ha ido convirtiendo en piedad. Así que no conteste esa llamada que es el arquitecto Durand, proponiéndole cenar esa noche en ese restaurante al que suelen ir, donde cuentan tristezas, donde hablan de las pequeñas frustraciones de todos los días, donde relatan cómo ellas no llamaron, cómo el tema sigue ahí y seguirá siempre.
Cuando hable de mujeres nunca utilice palabras despectivas, ni arrogantes. Limítese a describir la situación, el frío que hacía en Lima cuando ella le tomó a usted la mano y usted tuvo que tomársela porque la tristeza, la pena, la frustración, todo, todo era demasiado grande y profundo, no sólo desde la óptica de un arquitecto sino desde la de cualquier mortal. Si el arquitecto Durand u otro (por ejemplo el arquitecto Batistini) le inquiere por la razón de tanta tristeza, simplifique las cosas y sin mayor rodeo dígale: la quiero y de nada sirve afeitarse todas las mañanas, ni pedir otro café. !Otro café, POR FAVOR!, ni arrastrar este sentimiento oscuro por San Isidro, Miraflores, El Olivar, el jardín de mi casa, la mil veces observada vista desde mi oficina, los cerros del fondo, la mar serena gris recorrida desde la Costa Verde, o por las vueltas que di a su casa esperando que una luz dentro de su cuarto me hiciera una maldita señal para ir corriendo, saltar el cerco vivo, darle un beso y sentirme feliz por el resto de mi vida. No diga nada más que esto.
De algún modo (los arquitectos somos tipos de muchos recursos) desvíe la conversación hacia la otra persona; entonces apreciará cómo las tristezas son siempre comunes, sobre todo entre gente del mismo oficio.
En todo caso (pero sólo en caso de desesperaciones muy hondas) empuje la tacita de café, en sentido horario y de atrás hacia adelante, golpéela dos veces contra el mantel, sólo dos, prenda un cigarrillo y derrame las cenizas dípticamente sobre la parte más limpia del cenicero de cristal, el que está a la izquierda de su amigo. No haga caso si alguien le dice que el cielo seguirá gris todo el año, ni que ella nunca llamará, ni que ya van a cerrar el restaurante, ni que el próximo año será feliz de nueve de la mañana a cinco de la tarde. No se preocupe, esto nunca pasará.
En caso de que nada resulte, y éste es un caso especial y extraordinario, vaya a Cañete, corra entre los cañaverales, limpiando el camino con ese pedazo de papel mantequilla en el que apuntó la dirección de la chacra. Pise el fango corno si fuera su memoria, su destino, su presente. Vaya y grite: Te quiero, me cago de miedo de admitirlo, de decirlo, de aceptarlo, pero te quiero ... a la mierda ¡Te quiero!
Si los gallinazos gruñaran, los camotes y las papas voltearan hacia su cara con expresión de asombro, si el cielo se abriera y saliera sol, bien. Si no corra nuevamente todo el camino de vuelta, corra solo, sin perros que lo persigan, siempre con la certeza de que podrá llorar esa tarde encima del café, siempre con la certeza de que en otra mesa, en otro tablero, sobre algún otro mantel a cuadros, dentro de alguna otra garganta infeliz, alguien gritará lo mismo que quisiste gritar, lo que siente y piensa.
No te confundas, amar es siempre igual a sentirse mal. Sobre todo cuando hace horas Georgette te lo dijo: te va a costar mucho, muchísimo. Como ordeñar una vaca, como volver a morir.
Así que vuelve a morir, arquitecto, vuelve a dormir, vuelve a soñar con ella, con noches frías, con cielos grises. Sólo para matar el tiempo, sólo para matar ese enorme vacío que ahoga y atropella. Como quien juega un juego, un juego cruel y grotesco, pero un juego al fin y al cabo. Como el niño que jugando ayer rompió su cabeza contra el vidrio pero que hoy ya está observando cómo se descompone el sol sobre los pedacitos que su madre olvidó levantar.
Advertencia final: Si por las noches soñara con dragones de vidrio, con estrellas azules sobre un fondo verde, plazas llenas de columnas de sección heptagonal, tableros rotos, café frío, trompetas extendidas, hombre con la mirada serena, un zapato o mujeres sonriéndole desde algún carrizal, entonces recuerde: las musas lo están visitando para volver a hacer de su vida una angustia, un tormento, un calvario.
Mañana también volverán.
Lima, julio 1992